Miles de páginas y páginas se han escrito ya sobre el mejor
jugador de la historia sobre tierra batida. Para los escépticos, para los que
todavía no quieren otorgarle dicho título, Nadal continúa, semana a semana,
torneo a torneo, tratando de conseguir más conversos hacia su religión. Llegará
un día en que será imposible que alguien se muestre dubitativo en esta causa.
Los antiNadal se van quedando sin argumentos a fuerza de que el mallorquín va
mordiendo título tras título.
Hoy conquistó su octavo (si, sí, octavo, algo inaudito, lo
nunca visto) torneo en Roland Garros. Se ha convertido en único, en histórico, en eterno, pues nadie desde que el tenis abrió sus fronteras ha sido capaz de vencer en 8
ocasiones el mismo torneo del Grand Slam. Con 7 quedan atrás Sears, Renshaw,
Larden, Tilden, Sampras y, cómo no, Federer, el único de estos que podría hacer
sombra al español si cosechara su octava corona en Wimbledon, algo que a buen
seguro intentará el astro suizo en tan sólo 2 semanas.
Mientras, Rafa va destrozando los registros. Con 59 partidos
vencidos en Roland Garros, Nadal deja atrás a Federer y Vilas, con 58. Es líder
en solitario, más si cabe teniendo en cuenta que sólo Soderling ha sido capaz
de apearlo de la tierra francesa. Sólo 1 derrota. Federer 14; Vilas, 17.
En el camino de Nadal hacia convertirse (todavía más) en
mito sobre la arcilla, sólo aguarda un récord por destrozar: los 46 títulos en
tierra del argentino Guillermo Vilas. El tenista español atesora ya 42, con 27
años. Con este registro superado, ya no habrán dudas, ya no habrán escépticos.
Son 57 torneos individuales, 12 de ellos del Grand Slam, 24
Masters 1000 (siendo líder también en esta clasificación), unos Juegos
Olímpicos… Las cifras abruman. Ante ellas, a los seres terrícolas como David
Ferrer, sólo les queda que rendirse a la evidencia. Resignación. Volver a
intentarlo una y otra vez ante ese muro de arcilla.
No estaba contento el alicantino al terminar el partido. Es
normal. No jugó su mejor partido. Cometió demasiados errores, que no
acostumbra. La presión del escenario (su primera final en un grande), la fina
lluvia sobre París, el intento de tener a Nadal alejado y corriendo por detrás
de la línea. Todo fue en vano (6-3 6-2 6-3), no hubo alternativa.
Hoy no era el día para que el tenis le otorgara a Ferrer un
sitio en las páginas de los triunfadores, era la fecha en la que Nadal debía
escribir el que es, momentáneamente, el capítulo más brillante de su carrera.
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