Apenas habían pasado dos minutos del
inicio del primer partido en la central cuando dos metros de
argentino se topaban de bruces contra el suelo. Las imágenes,
estremecedoras, indicaban lo peor. La rodilla iba a apartar a Juan
Martín del Potro de Wimbledon, de sus primeros cuartos de final
sobre el pasto londinense.
Al otro lado de la red, Ferrer no daba
crédito a lo que veía. Aunque nadie desea que un rival se lesione y
se retire, al alicantino no se le podía plantear un mejor escenario
para superar la barrera y acceder a las semifinales. Cruzó para ver
el estado del de Tandil mientras el fisioterapeuta ya atendía su
rodilla. Del Potro negaba con la cabeza al tiempo que se llevaba las
manos a la cara. Ferrer rememoraba internamente sus caídas a lo
largo del torneo y, sobre todo, se acordaba su lesionado tobillo,
ahora infiltrado por tercera vez en una semana, que le ha impedido
desplegar todo su tenis.
Al final no hubo retirada, al menos no
del argentino. Las “píldoras mágicas” recetadas lo mantuvieron
sobre el césped, y cada juego disputado le hacía entrar en calor y
mejorar sus certeros golpes. Ni siquiera la exposición física a la
que somete Ferrer a sus rivales,exigiendo siempre una bola más, -que
esta vez fue infinitamente menor, dicho sea de paso- consiguió
acabar con el argentino, que era un vendaval con una dirección
clara: la semifinal.
Tres sets después, dos horas y 16
minutos después, sin haber conseguido anotarse ni un solo break
-sólo tuvo dos tentativas-, el tenista de Jávea claudicaba (6-2 6-4
7-6) ante un eufórico argentino. En su humildad, Ferrer no es dado a
buscar excusas, aunque eran evidentes. No lo hizo. No dijo que en
este duelo entre dos tenistas que eran carne de hospital, él tenía
la peor parte. Sólo destacó que hubo momentos en que ni siquiera
notaba la planta del pie. Sólo dijo que, a sus 31 años, necesitaba
unas tres o cuatro semanas de descanso. Se lo tomará, bien merecido, con el
trabajo hecho. Ferrer será, a partir del lunes, el nuevo número 3
del mundo, por primera vez en su carrera, tras superar en la
clasificación al mismísimo Roger Federer.
Tras el Del Potro-Ferrer saltó a la Center Court el ídolo local, Andy Murray, dispuesto a alcanzar sus quintas semifinales consecutivas. Enfrente se encontraba el madrileño Fernando Verdasco, número 54 del mundo, otrora top10, un tenista que durante los partidos precedentes había desplegado un nivel magnífico. Y el miedo se cegó con el británico. Y a Verdasco no le tembló el pulso... hasta que se vio ganador.
Casi sin darse cuenta, el número dos del mundo había perdido los dos primeros sets del partido (6-4 6-3). Seis 'aces', 19 ganadores, una fiabilidad absoluta con cada bola de break (3/3)... Verdasco era una máquina perfectamente engrasada, con un plan claro dispuesto a implementar. Pero entonces llegó el vértigo a la semifinal, a vencer a Murray en su terreno. Los golpes se le iban al español por centímetros, seguía arriesgando, pero ya no era tan certero. El escocés se creció en un suspiro y recuperó las dos mangas perdidas en poco más de una hora.
El set definitivo se jugó a tumba abierta. Nadie quería marcharse derrotado y los servicios se ganaban con facilidad. Así hasta el penúltimo juego. En la única ocasión de rotura del parcial definitivo, el discípulo de Lendl quebró a Verdasco y no dudó a la hora de ejecutar al madrileño (4-6 3-6 6-1 6-4 7-5), que amanecerá el lunes de nuevo entre los 40 mejores tenistas de la clasificación.
Verdasco (54º) salió del top40 el 29 de abril, algo que no pasaba desde julio de 2007. El lunes volverá a los 40 mejores tenistas del mundo
— Derecha o Revés (@DerechaoReves) July 4, 2013
En los otros cuartos de final no hubo
mucha historia. Novak Djokovic y Jerzy Janowicz se deshicieron en 3
sets, sin muchas complicaciones, tanto de Tomas Berdych (7-6 6-4 6-3)
como de Lukasz Kubot (7-5 6-4 6-4), respectivamente. El número 1
jugará contra el maltrecho Del Potro. El polaco, en sus primeras
semifinales de un grande, ofrecerá a Murray la ocasión repetir la
final de Wimbledon y tratar de terminar con la maldición que impide
a un británico alzar su trofeo desde 1936.
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